23 de diciembre
Lc 1, 57-66 La mano del Señor estaba sobre él
Tu mano me acompaña, tu mano me sostiene, tu mano me fortalece, me templa, me afina, me enaltece, me cubre, me acaricia, me llena, se desliza tiernamente sobre el ser para hacerme aún más tuyo, y menos mío, inexplicablemente tuyo, desaparecido, ¿a dónde iré lejos de tu aliento, de tu mano que amasa mi barro para hacerme entrañablemente tuyo, en un escalofrío de pasión desordenada que tú harás armonía en esta dulce navidad de mi consuelo?
«¿a dónde iré lejos de tu aliento, de tu mano que amasa mi barro para hacerme entrañablemente tuyo, en un escalofrío de pasión desordenada que tú harás armonía en esta dulce navidad de mi consuelo?»
Sinceramente a ningún sitio, pues sin Ti, todo es confusión, desaliento, nada tiene sentido si me faltas Tú. ¡¡Ven pronto Señor!! El mundo te necesita.
La imagen de la Virgen María, viajando presurosa para visitar a su prima Isabel, pone de manifiesto la premura de la Madre de Dios para hacerse presente junto a su pariente, que con seguridad necesitaba de su compañía, de su aliento, de su cercanía.
¡Madre de Dios y Madre nuestra! Permítenos estar junto a ti, ahora y siempre, para abrazar al Niño Dios y acunarle en la noche.
Los niños que mató Herodes
los niños que matamos hoy
y entre tanta muerte
mañana nos nace un niño
mañana se hace Dios