10 de febrero
Domingo V
Is 6, 1-2.3-8 Santo, santo, Santo es el Señor, la tierra está llena de tu gloria
Con mis labios impuros, desde mi pequeñez, me sumo en cada eucaristía al canto de los serafines que cantan tu gloria, sin cesar, por toda la eternidad. ¿Cómo es posible que de mi boca brote tu alabanza? Tú mismo, Señor, pones tu palabra en mi boca, te haces oración en mi corazón, para que todo mi ser proclame que tú eres Dios, que tú eres santo, qué tú eres más grande que todos nuestros diosecillos, que tu gloria llega hasta nosotros y nos llena.
Santo, santo, santo, la tierra toda está llena de Tu gloria, Señor, a pesar de las exigencias de hombres y mujeres, que hemos impuesto en la sociedad humana la desigualdad y la injusticia como base para relacionarnos, olvidando tu último mandamiento: «Amaos los unos a los otros como Yo os he amado».
Perdónanos Señor, y haz que veamos con claridad nuestros errores y cada uno de nosotros corrija aquellos en los que hayamos incurrido.
Santo santo Tú
Señor eres tan santo
Que santificas
La intuición de un solo destello enciende la pasión en nuestro corazón