13 de marzo
Miércoles IV de cuaresma
Is 49, 8-15 Venid a la luz
Salid, revestíos del cariño eterno que tengo a todas las criaturas, abandonad vuestra carne marchita, las tinieblas que os envuelven en un manto apolillado, venid a la luz que os ofrezco, que deslumbra sin dañar, que deja ciego para que puedas ver y contemplar, cómo nunca antes habías visto, como eres incapaz de soñar, mi clemencia y mi misericordia, la bondad de mis acciones. Ven a la luz, advierte la cercanía en la que pongo tu corazón maltrecho, lo restauro, lo bendigo, y lo llevo a pastar por caminos que aún ignoras.
Sopla en mi interior y dispersa el odio, el miedo y el rencor
Dame una mirada tranquila y un corazón en paz
No avives más la llama de la pasión estéril
¿Cómo no acudir a buscar tu Luz Señor? Nos llamas a seguirte, a confiar. Saber que nunca nos dejar solo ni abandonado. Cada ves que vuelvo mis pasos errados a Ti, mi corazón se llena de gozo.¡¡Gracias Señor, sé que nunca me olvidas!!
Oigo tu llamada, Señor. En tantos momentos oscuros de la vida, en esos momentos de miedo, cuando las dudas me impiden caminar, cuando los ojos duelen de llorar… es entonces cuando quiero tener en mi cabeza esta llamada «Venid a la luz…». La luz que ilumina mis tensiones, mis ansiedades, mis miedos y mis tristezas. Tú, Señor, eres mi luz, me abres los ojos y me consuelas, en ti, Señor, confio. En tu luz, Señor, camino, en tu amor, Señor, me refugio. Quiero llenarme de tu luz.