22 de septiembre
XXV Domingo
Am 8, 4-7 Quiero que sean los hombres los que recen en cualquier lugar
Hazme oración en todo momento y en todo lugar: que mi mente se silencie y se vacié para ti, que mi cuerpo dance sin fin para alabarte, se postre para adorarte, abra su corazón para acogerte, desnude sus entrañas para desposeerse de todo lo que no seas tú. Que rece estando de camino y sentado, en la cama y levantado, en mi cuarto, en el templo, en la ciudad, en el metro, en el monte, en la playa, en el bosque, en el mar, junto al enfermo, junto a quien se siente solo y desamparado, en la inmensidad del desierto. Hazme oración en Ti, Señor.
Toca ya mi roca con tu vara de serpiente
deja que brote el caudal de llanto escondido
desde la creación del mundo, volcán de lágrimas,
que inunde el mar, el cosmos, tanto dolor, tanto mal,
libera mis desiertos, hazlos fecundos en ti.
¡¡Hazme oración en Ti, Señor!! Me uno a la súplica.
Deseando que mi corazón, sea siempre una esponja dónde estés siempre Tú.
Yo necesito ese encuentro diario contigo Señor.
Hacer de mi vida una continua oración. Señor, que al llevarte a mi lado mi vida se convierta en una oración silenciosa cuando hable, cuando escuche, al andar y al trabajar, al comer y al descansar, al llorar y al reir… y así en cualquier lugar. De esa manera podré transmitir a los que me rodean que tú eres oración, amor y cercanía. De esa manera mi vida estará llena de ti.