Sol de lo alto

24 de diciembre
Lunes IV de adviento

Lc 1, 67-79 Nos visitará el sol que nace de lo alto
El sol que nace de lo alto, que viene a iluminar a los que vivimos en tinieblas y en sombras de muerte, que viene a guiar nuestros pasos por el camino de la Paz. Tú, Señor, sol de justicia. Tú, Señor, luz de luz. Tú, Señor, que desciendes en la noche y alegras los corazones de tus fieles. A ti Señor estoy esperando, expectante por la inmediatez de tu llegada. ¡Ven, Señor Jesús!

Llena

23 de diciembre
IV domingo de adviento

Lc 1, 39-45 Se llenó Isabel del Espíritu Santo

Acercarse a María, portadora de tu gracia y de tu salvación, hace que me contagie de la fuerza de tu espíritu, que salte de gozo en lo más profundo de mi ser, que se alegren mis entrañas. María, dichosa porque ha creído, en este año de la fe, pone tu don en mi mirada. Gracias por su entraña maternal, que aún me acoge. Gracias por abrir su seno vacío a tu plenitud, de la que recibimos gracia tras gracia, en Jesús, Emmanuel, nuestro Salvador.

Magnificat

22 de diciembre
III sábado de adviento

Lc 1, 46-56 Proclama mi alma la grandeza del Señor

Rezar el magníficat contigo, María, virgen llena de luz, virgen que sueñas caminos, virgen que estás a la espera, virgen que sabes que el niño, que derribará a los poderosos de su trono, está muy cerca. Unido a María proclamar tu grandeza, escuchar en su seno los latidos de su corazón, y abrirme a tu carne estremecida.

La madre de mi Señor

21 de diciembre
III viernes de adviento

Lc 1, 39-45 ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?

Levántate, amada mía, paloma mía, ven a mí. Trae en tu seno a mi amado, cervatillo que atisba con mirada de amor. Trae a mi amado y regocíjame con el gozo de la primavera en el invierno, de las flores de la vega, del arrullo de la tórtola, de los frutos en la higuera, de la viña en flor. Blanca paloma, que anidas en los huecos de la peña santa, déjame ver tu figura encinta de salvación, déjame escuchar la dulzura de tu voz proclamando la grandeza del Señor, frágil como un pichón.

Una señal

20 de diciembre
III jueves de adviento

Is 7, 10-14 Pide una señal al Señor tu Dios
Desde lo hondo, en lo profundo del ser abierto a ti como una granada, espero esta señal, la certeza de la salvación, la visión de tu gloria ( ¿cómo es posible verte y no morir en el resplandor de tu belleza, de tu verdad accesible, de tu bondad hecha carne?). No me doy cuenta que ya tengo la señal: la virgen está encinta, y dará a luz un hijo, y le pondrá, oh maravilla de las maravillas, Emmanuel, que significa Dios con nosotros.

Refugio

19 de diciembre
III miércoles de adviento

Salmo 70 Se tú mi roca de refugio

Me dispongo a acogerte diciendo despacio el salmo de hoy, pronunciándolo con mi corazón: se tú la roca de mi refugio, un baluarte donde me salve, porque mi alcázar u mi peña eres tú, Señor. Porque tú, Dios mío, fuiste la esperanza y la confianza de mi juventud. En el vientre materno ya me apoyaba en ti. En el seno tú me sostenías. Contaré tus proezas, Dios mío, hasta hoy relato tus maravillas en mi vida.

María

18 de diciembre
III martes de adviento

Mt 1, 18-24 María esperaba un hijo

Has entrado en el seno virgen, seno abierto, seno fecundo, seno entregado, seno disponible, seno dispuesto, seno generoso, seno que espera la fuerza de tu Espíritu para recibir al Rey de la gloria. Lo inexplicable, lo increíble, lo imposible, lo raro, como cada día, en cada vida, es un espacio para que tu llegada se transforme en salvación. Ayúdame a acogerte. Señor, con la sencillez de María.

En la historia

17 de diciembre
III lunes de adviento

Mt 1, 1-17 Genealogía de Jesucristo

Insertas tus raíces en nuestra historia, en la historia de la humanidad, y en tus ramas cuelgas nuestros nombres, inscritos en tu savia y en el libro de la vida. Eres hombre y hombre concreto, y en ti los hombres y las mujeres podemos acercarnos al Dios hecho carne, que salva la carne, y en la carne entregada por amor nos das la vida.

Cerca

16 de diciembre
III Domingo de adviento

Fil 4, 4-7 El Señor está cerca

Cierro los ojos y e veo cercano. Aguzo el oído y escucho el paso imperceptible de tu venida. Alienta mi corazón porque te presiente en medio de nosotros, aún sin saber cómo. Lo se: por eso se alegra mi corazón y mi carne descansa serena. Por eso tu paz custodia mi ser, y quedo tranquilo desde mi súplica y mi acción de gracias. Espero tu venida, como el final de la noche espera, y presiente, el alba cercana.

Profeta de fuego

15 de diciembre
II sábado de adviento

Eclesiástico 48,1-4.9-11 Un profeta como un fuego

Cuyas palabras eran como un horno encendido, una llama de amor vivo consumiendo el centro del ser en arrebatos de amor, en arreboles de luz eterna. Un ser desgarrado cuyas brasas son rescoldo de vida y abundancia. Ser como el fuego de Elías, Señor, vivos y consumidos en ti, en la fuerza de tu Palabra, esperando tu venida.