14 de enero
Martes I
I Samuel 1, 9-20 Mientras ella rezaba y rezaba al Señor
Rezaba y rezaba. Oraba sin interrupción. Se dirigía a ti con una confianza infinita, sabiendo que de ti procede todo bien, que eres la fuente de toda bendición. Bañada en el amor, en el abandono. Sabiendo que por el hecho de ponerse ante ti, de expresarte sus deseos, con palabras o en silencio, su vida ya se estaba transformando y haciendo fecunda. Así, Señor, Ana. Así, Señor, cada uno de nosotros, llamados a vivir en la oración.
Dame un corazón que nunca se aparte de ti
que hable, piense y sienta en ti
que se mueva y que descanse solo para ti,
que hable siempre de ti.
Concédeme el don de la invisibilidad
La oración es el alimento de nuestra alma, sin ella nuestras vidas son raquíticas.
Orar, es fuente de agua viva, te mantiene constantemente con sed, Él nos espera siempre.
Deseo tener siempre necesidad de Él.
Acuérdense del ABAD que pedía:»Ora et Labora». cualquier actividad nos permite elevar oraciones a Dios
Rezaba y rezaba.
Hacer de mi vida oración. Dirigirme al Padre con la confianza de que me está escuchando, con la seguridad de que conoce mis luchas, mis intenciones y mis necesidades. Rezar, pararme a escuchar cuando Él me habla, dejarme acariciar cuando estoy hundida, dejarme mirar por Él cuando trabajo y cuando descanso en Él.
Rezar, dar, mirar, regalar y esperar. Esa quiero que sea mi vida.
«Danos, Señor, la fuerza ilusionada
para correr con alegría por tus caminos
y la audacia necesaria para seguir proclamando tu Palabra.
Paciencia serena para esperar a que crezca el grano de mostaza
y la mirada limpia
para descubrirte en la tarea de cada día.
La certeza de que vale la pena el esfuerzo
para hacer más habitable la tierra,
con la seguridad de que tu bondad y tu amor
amanecen para nosotros antes que el sol.
La sorpresa de encontrarnos contigo,
si algún día tenemos la tentación de escapar.»