30 de octubre
Miércoles XXX
Rm 8, 26-30 El Espíritu viene en ayuda de nuestra debilidad.
Esta certeza, que experimento cada vez que respiro, cada instante de mi vida consciente en ti, me deja libre como el susurro del viento en el desierto. Tu Espíritu intercede por mi con gemidos inefables. Tú escudriñas mi corazón y pones mis deseos ante la luz de tu mirada. Tu me haces comprender sin comprender que a los que te amamos todo nos sirve para el bien. Gracias, Señor.
Sin la Fuerza y la Luz del Espíritu no soy nadie.
Sé y lo siento en mi vida que me asiste, ¿Cuántas veces me pregunto por lo que digo? ¡Mía no son esas palabras! Constantemente le agradezco su asistencia. Mi gratitud infinita por su presencia en mi vida, que nunca me deje sola.
Shiissh…
¡¡Cállate!!
¿Me reconocerás cuando nos veamos cara a cara?
tan débil
tan pequeña
tan voluble…
¿Te reconoceré cuando te vea por la calle?
tan pobre
tan derrotado
tan humillado…
¿Sabré aprovechar el suave resquicio que abres en mi corazón cada mañana?