24 de octubre
Miércoles XXIX
Ef 2, 2-12 el más insignificante…se me ha dado esta gracia
Me das claridad, Señor, para que sepa reconocer mi insignificancia, que ante tu luz se muestra envuelta en tinieblas y en sombras de muerte. Y con la insignificancia reconocida – tan poca cosa, tan mínimo soy, aunque aparente algo-, en el hastío de mi ego absorbente, más me pasma que tu gracia me de el regalo, ahora mismo, de anunciar la riqueza que eres, lo insondable de tu amor, que me envuelve, me consume y aletea mansamente en mi interior.
Yo también he recibido la gracia de anunciar el Evangelio, no solo de palabras, también de obras
La riqueza recibida constituye una fuente de alegría en mi corazón, ella me impulsa a saber llenarme de Cristo todos los días.
Mi gran deseo es no serle infiel.
Besarte, Señor, con un beso de amor, que destierra toda traición.
Bésame con los besos de tu boca, dice tu Palabra. Besos que salen del corazón.
Sólo poniendo nuestra mirada en Él superamos el abismo que produce la muerte
El regalo de anunciarte, el regalo de dar a conocer a los demás la inmensidad de tu amor, el regalo de que todos conozcan la buena noticia, la cercanía de tu reino. Soy afortunada de conocerte y trabajar para ti en tu viña.
Señor, soy insignificante y tú me has dado esa gracia, ese regalo. ¡Que grande es tu amor por mi!.