30 de enero
Miércoles III
Mc 4, 1-20 Escuchad
Así comienza la parábola del sembrador, que Jesús narra ante un gentío enorme. Y termina diciendo “el que tenga oídos para oír que oiga”. ¿Por qué teniendo oídos para oír no oímos? ¿Por qué teniendo ojos para ver no vemos más allá de la realidad? ¿Por qué no abrimos nuestros sentidos interiores y nos damos cuenta que tu palabra habita con toda su riqueza en nuestro interior, y vemos lo que produce su semilla en nuestro ser? Escuchad…
Escucho Señor, te escucho.
A veces no oigo porque es demasiado el ruido que tengo a mi alrededor: prisas, perezas…
A veces no veo porque la niebla es demasiado espesa: publicidad, exceso de gente…
A veces no abro mis sentidos porque están demasiado cerrados a la comodidad, a la falta de compromiso.
Señor, ayúdame a oír, no solo a escuchar. Ayúdame a ver, no solo a mirar. Ayúdame a tener mis sentidos abiertos a tu Palabra para comprometerme. Quiero escucharte, y para eso necesito silencio.