19 de noviembre
Lunes XXXIII
Ap 1,1-4. 2,1-5ª Dichoso el que lee y dichoso los que escuchan las palabras
Dichoso soy cuando abro los ojos y leo en tu palabra, y en la realidad admiro tu palabra encarnada, tu ser que se manifiesta en lo escondido entre líneas. Dichoso, Señor, cuando escucho tu palabra, y me vacío para acogerla, y me hago seno de tu encarnación. Dichoso cuando escucho tu voz, tu susurro, tu bramido, en la realidad de nuestro mundo que clama hacia ti en medio del apocalipsis de nuestro mundo actual. Dame ojos para verte y oídos para escucharte.
Dichoso el que enseña a leer y a comprender las palabras de la Palabra.
Gracias
Me honras, denuncias y sufres por mí
pero te acuso de alejarte, de enfriarte, de no quererme sólo a mí.
Te acuso de olvidarte de cómo éramos entonces, cuando paseábamos de la mano por el jardín del edén.
Te acuso de tibieza
pero también te digo amorosamente: si vuelves te perdonaré
Dichosa soy cuando leo y escucho tu Palabra, Señor.
De ella me alimento, con ella me acuesto cada noche y me lavanto por la mañana. Ella me empuja a caminar con esperanza, a luchar sin miedo. Gracias a ella respiro y cojo fuerza para cargar con la cruz cada día. Ella me hace sonreir cuando estoy triste y me seca las lágrimas cuando lloro. A ella acudo en mis momentos malos y también en los buenos porque en la Palabra siempre encuentro lo que me falta en cada momento. A ella me abro para luego abrirme a los demás…
Hoy como siempre, Nano, gracias por tus palabras.