23 de octubre
XXX Domingo
II Tim 4, 6-8.16-18 Mas el Señor estuvo a mi lado y me dio fuerzas
Como siempre, ante ti, certeza inexplicable. Apareces y desapareces, pero siempre estás a mi lado. Cuando me ausento. Cuando creo que te ausentas. Cuando no te siento. Cuando la nostalgia de tus encuentros en plenitud me consumen. Cuando te anhelo, cuando cada día me dirijo a ti para decirte, ten piedad de mi, que soy un pecador. Tú estás a mi lado y me das fuerza para proclamar tu evangelio. ¿Sin ti, qué sería de mi? Pues mi amado es para mi y yo soy para mi amado.
Señor, siento tú presencia que me sostiene, me anima y me fortalece.
¡Sin Ti, mi vida no tendría ningún sentido! Gracias por el amor que nos tienes, tu gran misericordia y perdón.
A veces, Señor, creemos dominar
lo más alto del océano
y con voz y aliento
para decir y juzgar.
Mientras, el viento amigo
que nos ayudó a subir,
empuja ya nuestro ocaso
entre la arena y el mar.
Pero en la plácida orilla
donde el torbellino acaba
Tú nos esperas, Señor,
con paciencia infinita
con esperanza y amor.
Líbrame de la pasión inútil y de la crítica que esconde el lamento